Hay todo un movimiento de consciencia que nos riega de información sobre nuevas y buenas costumbres de alimentación.
Que productos tienen componentes saludables, como se cultivan y envasan, y una vez elaborados, cuales pierden su riqueza o son contaminados aunque digan: bio, nutri o light.
Todo esta información es crucial para nuestro cuerpo físico, eso resuena en nuestro ánimo y obviamente en nuestra calidad de vida.
Pero ¿qué hay de la intoxicación a través de las emociones que solemos llamar “negativas”? La ira, el enojo, la frustración, el miedo, la soledad, el abandono, el rencor, el odio etc.
Cada una de estas emociones tiene una frecuencia vibratoria.
¿Porque explico esto?
Para tener una herramienta de identificación de dichas vibraciones en nuestro cuerpo, porque no podemos tocar o delimitar la magnitud o el tamaño del enojo, el odio o cualquier otro tipo de emoción.
Es imposible porque no tienen peso, no son tangibles; pero si se pueden sentir.
Las podemos sentir vibrar en nuestro cuerpo, esa es una de las herramientas más útiles para hacer consciente la dimensión que tiene cada emoción en nuestro Ser.
Cuando las emociones resuenan dentro nuestro, durante largo tiempo, resonando y vibrando en una misma zona de nuestro cuerpo, comienzan a afectar la armonía vibratoria de esa parte, alterándola y enfermándola con el tiempo, a causa del desequilibrio ocasionado por la insistencia disfuncional.
De allí la causa de nuestras enfermedades que van de leves a graves según el umbral de dolor y el registro que tengamos de nuestro interior, así como de la conexión que haya entre emoción y razón.
Si soy preponderatemente racional, mi cabeza me va a llevar a sobreadaptarme a situaciones que ella quiera digitar, a seguir produciendo y activando sin tener en cuenta mi emoción, ni mi cuerpo físico, llevándome, a la larga, al desequilibrio entre MENTE- CUERPO- EMOCIÓN aspectos que determinan el estado de equilibrio de una persona.
Esto nos lleva a un punto innegable, las emociones también son alimento, tal vez el más ignorado. Por ello es necesario para habitar un estado de franco equilibrio, revisar una y otra vez nuestros estados de ánimo y emociones activadas a partir de situaciones que experimentamos a diario.
Diría sin duda que es el mayor alimento para un buen vivir.