Somos seres integrales, formados por cuatro cuerpos, mental, emocional, espiritual y físico.
Cada uno de ellos, tiene la misma importancia, como si fueran las patas de una mesa, encontrar el equilibrio entre ellos hace que la mesa sea, funcional y útil, y que conformemos nuestro ser en plenitud.
Comencemos a describir cada uno.
El Cuerpo Mental está principalmente reglado por el accionar del pensamiento y la razón. Para que este cuerpo esté en equilibrio debemos aliviar la densidad de los pensamientos, obsesivo-compulsivos y llevarlos al plano intelectual.
El intelecto debe servirnos para acopiar información, procesarla y ponerla al servicio de lo cultural o profesional.
Los pensamientos no deben dominarnos; pero sí, nosotros a ellos.
Con la meditación, aprendemos a encausarlos, a ejercitar la mente, a dominar la razón, quitándole el protagonismo a los pensamientos repetitivos y corriendo la atención, para dar lugar a LA CONCIENCIA (la mente en estado de expansión).
La razón es la mente del cuerpo y LA CONCIENCIA (el inconsciente para los psicólogos) “la mente del alma”.
Otra posibilidad es vaciarla.
Un buen ejercicio de visualización para esto, es cerrar los ojos e imaginar que nuestro cerebro es un recipiente con un drenaje en su parte inferior con un tapón rojo.
Observado el interior, quitado el tapón, vaciamos, limpiamos, se van pensamientos obsesivos y repetitivos. De a poco, los acompañamos en su curso, a medida que se va despejando. Luego, llenamos de luz brillante, cristalina, límpida y lo tapamos.
Este ejercicio permite arribar a una mente liviana y despejada.
El Cuerpo Físico, es el que menos escuchamos, lamentablemente, no sabemos hacerlo, ni lo practicamos.
Nos parece que lo hace solo, nada más erróneo.
Es nuestro envase, sin él no hay posibilidad de acción, ni de realidad.
Es el que pisa, transita, y se desplaza, el que porta la mente, la emoción y el espíritu.
Saber escucharlo es algo que lleva tiempo y dedicación, cuando no lo hacemos, la exigencia que se le infringe es tan alta que sus defensas se debilitan y enfermamos.
Es el cuerpo mental el que se encarga de organizar, su atención, nutrición y descanso.
Cuando se altera la función de lo físico, aparecen los síntomas, que son la alarma que se manifiesta por el sufrimiento de la emoción.
Cuando la emoción padece, la razón la calla, la emoción vuelve a manifestarse, desde el sufrimiento y la razón la vuelve a ignorar.
Al repetirse en el tiempo, el cuerpo físico se instala en el medio, habla o grita según el tiempo que tuvo que soportar.
Por eso ellos nos dicen cual es su padecer y la gravedad, el tiempo que lleva callando.
Si habla el estómago, es algo que tragamos y no podemos digerir.
Si habla la garganta y perdemos la voz, reprimimos el decir, si nos duelen las piernas nos cuesta pararnos, sobre nuestros pilares.
Un infarto literalmente es una herida abierta en el corazón. La pérdida de audición es aislarse del entorno como defensa.
Sin descartar, que el físico sufre un desgaste lógico por la vejez o las malformaciones congénitas y eso está contemplado, no me refiero a ello.
Es interesante escuchar los síntomas como metáforas de nuestra situación emocional y de ese modo poder entenderla, percibirla a tiempo y ser consecuente con ella, nos ayudará a mantener en cuerpo en equilibrio.
El Cuerpo Emocional es otra pata de la mesa, tal vez la más inmadura.
Encontrarnos con ella permite que nuestras elecciones y el estilo de vida que venimos llevando cambien, por eso no le damos relevancia.
Sentir que esta no es la persona que amamos y seguir juntos por dinero o para no estar solos, es un pensamiento interesado y hace que ahoguemos y amordacemos nuestra emoción para poder seguir adelante con nuestra vida.
Estamos “amando con la cabeza”, (ella lo hace por conveniencia) disociándonos de la emoción para subsistir.
Sentir que morimos de amor por otra persona, que es perfecta y que si no está, la vida no tiene sentido, es “amar con el corazón”.
Aquí el cuerpo emocional se desborda y la vida se traduce en un todo o nada, la manifestación del sentimiento es polarizada y extrema.
Las emociones fluyen por nuestro interior, cuando se ponen de manifiesto es para decirnos algo, ejemplo, enojarnos mucho con alguien, gritarle para subestimarlo, nos permite reacomodarnos, para no sentirnos degradados. Ser egoísta (en ocasiones), no como mirada egocéntrica e indiferente hacia el otro, sino como concentración de autopreservación, sirve para que no nos invadan.
Los sentimientos negativos valen para conocernos más, entonces no tenemos que rechazarlos.
Todo lo que surge lo tenemos que interpretar, preguntándonos, “PARA QUÉ” se están manifestando, luego accionar con los otros de modo de poder ubicarnos en una posición diferente de como lo veníamos haciendo.
Si no conseguimos hacerlo solos, debemos pedir ayuda a un profesional capacitado que nos acompañe.
Si lo logramos, cada vez se manifestarán de forma más atenuada y podremos entendernos más y reaccionar menos.
Pensemos que nuestro cuerpo emocional inmaduro es como un niño pequeño, que se muestra caprichoso y temperamental cuando algo lo disgusta o no lo sabe expresar, que no tiene capacidad de frustración.
Debemos acompañarlo a desarrollarse y aprender a expresar su necesidad de otro modo, no reactiva. Para ello nos acompaña la razón, para observar, traducir y reposicionarnos escalón por escalón.
Los occidentales fuimos educados para hacer, más producimos, más exitosos somos, para ello hace falta poner el cuerpo mental y físico en primer plano y olvidar el emocional y el espiritual. Si lo llevamos a nuestra analogía de la mesa, si dos patas son más largas, provocan desequilibrio y la vuelven inútil.
Tenemos que dar un paso adelante y “ser productivos”, sin descartar la necesidad del cuerpo emocional (ocio, divertimento, amor aceptación, recogimiento, aislamiento, estados de tristeza, de alegría, de desconcierto) con los valores éticos que nos aporta nuestro cuerpo espiritual.
La vida es un camino que tiene distintos momentos, no siempre se trata de avanzar por inercia, hay que ir conectándose con cada paso, avanzar, detenerse, recrearse, alimentarse, descansar, retroceder y volver a avanzar.
Comprender que se vive de modo integral, desde los 4 cuerpos y que ellos deben nivelarse para actuar con equilibrio.
Sin esperar que sean exactos, la vida es movimiento, los pensamientos y las emociones también lo son; la rígida estabilidad, sólo nos llevaría a un estado catatónico de entumecimiento y rigidez.
No se puede crecer si las cosas no están en movimiento, ROMPIÉNDOSE, REACOMODÁNDOSE, FORTALECIÉNDOSE.
No hay que temerle a las emociones, no producen menos sufrimiento si las ignoramos, en vez, si nos sumergimos, se destraban.
Solo nos liberamos cuando lo enfrentamos, entonces nos damos cuenta que no era tan terrible, porque en realidad el dolor ya lo pasamos; recordarlo y revivirlo no es peor y al conseguirlo desaparece para siempre.
No dejaremos nunca de sentir enojo, tristeza, alegría, miedo, son parte constitutiva nuestra; pero nos permite alejarnos de la furia, la ira, la angustia, la depresión, la euforia y el pánico. Los polos nos enferman, son picos que nos llevan de arriba hacia abajo como en una montaña rusa de sensaciones y esto asusta, perdemos el eje, la cordura, el equilibrio.
El Cuerpo Espiritual es el menos visible, se trata de nuestros valores, de nuestro “don de gente”, del accionar amoroso.
Un cuerpo espiritual en armonía, el que se siente parte de un todo, del universo mismo, generando acciones iguales a las que le gustaría recibir. Obrando con conciencia y altruismo.
Lo espiritual va más allá de toda religión, no tiene credo ni dioses. Respeta el mundo sintiendo que existen fuentes de energía, que son invisibles y otras, manifiestas.
Es un cuerpo que nos induce a sentir que no estamos solos, que la energía de nuestra alma trasciende el cuerpo.
El alma es la mesa conformada por los 4 cuerpos.
El equilibrio entre ellas, hace fluir el camino de su evolución.
Extractado del libro “Los hombres aman con la cabeza, las mujeres con el corazón”